jueves, 8 de abril de 2010

Mi Viejo Cabanyal

Mi barrio, mi pueblo, mi alma. Cómo me duele lo que está pasando, cómo me duele la manipulación de los sentimientos de mi gente, cómo me duele el maltrato a mi vida, a mi pasado, a mis recuerdos... el Cabanyal que yo viví, y del que me fui hace más de 20 años, no volverá nunca, y no puede volver por mucho que unos acémilas se empeñen en salvar lo que no tiene salvación, lo que ellos mismos, o sus patronos financiadores, permitieron, desde el gobierno municipal al final de la década de los 70 y principios de los 80, que se degradara más allá del punto de no retorno. Me refiero al PSPV, claro. Porque yo recuerdo un barrio degradado desde hace muchos, muchos años, no desde ahora. Porque recuerdo cuando nos atracaban día sí ,día también, si no a mí a cualquiera de mi pandilla; porque recuerdo los primeros puestos de venta de droga a plena luz del día; porque recuerdo las calles sin luz, o con una triste y siniestra bombilla, las más de las veces rotas por una pedrada; porque recuerdo a mi amigo Pedro, a mi amigo Salva, a mi amigo el Chispa, que murieron por sobredosis o por droga adulterada, que compraban en el mismo barrio... y esto se produjo gobernando el PSPV. Y tengo muy presente cómo y cuándo entró mucha gente ajena al barrio, ocupando esas casas que fueron dejando vacías la muerte de sus antiguos ocupantes y la legítima aspiración de sus hijos a vivir en un lugar mejor. Recuerdo que el barrio, en el que llegué a conocer tres cines, estaba vivo, alegre, trabajador. Recuerdo a La Pilona, al Esquiaor; la procesión del Entierro, sentados en el bordillo de la calle tomando un bocadillo; las cremás imposibles de las fallas de la Travesía del Teatro; ir a comer la mona al polideportivo... todos esos recuerdos se han transformado en eso, en recuerdos, porque la miserable realidad del barrio es la que se ve todos los días, y que los medios han difundido hasta la náusea.

Hoy han derribado una casa en mi calle. Recuerdo vagamente allí una fontanería, cerrada hace tantos años que, cuando me lo ha recordado mi madre, me ha costado una barbaridad rememorar la imagen de esa tienda. Como tantas otras que cerraron, ahuyentadas por la degradación del entorno, hasta quedar convertido el barrio en un erial. Los alborotadores se han concentrado debajo de casa de mi amigo Domingo, donde estaba la fábrica de hielo, también derribada hace muchos años, y donde tantas aventuras imaginamos. Su techo era la estrategia perfecta para esos singulares partidos de beisbol que nos dió por jugar al inicio de la pubertad. Y he recordado que ese Cabanyal ya no existía. El Cabanyal que conocí, el que conoció mi madre y mi padre, no volverá nunca. Pero no es un invento mio: en 1970 Antonio Damiá (pariente nuestro) ya escribió un libro, "El viejo Cabañal", en el que decía, precisamente, eso: que el viejo Cabañal que él conoció, hace ya más de 100 años, ya no volvería nunca, porque lo que da vida a un entorno urbano son las personas, y esas, por el imperativo vital, desaparecen y son sustuidas por otra, distintas, y, por tanto, cambiantes de la configuración de lo que uno conoce.

Hoy hemos visto estas imágenes. Violencia y salvajismo, pero nadie del Cabanyal. Ninguno de esos sinvergüenzas desarrrapados conocían, ni por aproximación, nada del barrio más allá de los lugares de venta de droga, y las casas que les habían encomendado ocupar, previo pago. Por eso me he llevado una alegría, dentro de la inmensa tristeza que me produce lo visto, cuando he visto que una desgarramantas de esas se encarara con Carmen Alborch (quién te ha visto y quién te ve, ex Decana de Derecho, a la que pasábamos a ver cuando éramos universitarios para ver lo buena que estaba... qué estragos hace la edad y qué ridículo no querer asumir con dignidad los años que se van teniendo...62, camino de los 63...) llamándole cobarde, miserable, que no cumplía con lo prometido. Y verla balbucear, superada por los acontecimientos que ellos mismos han provocado, explotando la miseria de un pueblo, ha sido la justa medida a la desfachatez con la que actúan los socialistas, y en general una izquierda resabiada incapaz de admitir que en todas, absolutamente todas, las mesas electorales del Cabanyal, gana el Partido Popular. Ese es el verdadero mensaje que trasladan los cabañaleros, donde tienen que hablar, en las urnas: ampliación, sí, y además, ya.