viernes, 22 de diciembre de 2006

Navidad

Dije el otro día que iba a hablar de mi repulsión sobre la Navidad, y eso voy a hacer. Ahora está de moda decir que no gusta la Navidad, mola ir de laico, quitar los belenes de las escuelas, impedir que los niños hagan sus funciones navideñas, en fin, todas estas chorradas que la progresía pseudo intelectualoide y fascista que nos rodea pretende imponer. Pero, sin que sirva de precedente, por otras vías y motivos, acabo llegando a una conclusión similar, en el fondo, que no en la forma: odio la navidad. Además, es un odio del que no sabría decir exactamente desde cuándo se produce, de tan antiguo que es. Era bien pequeño, y ya me producía auténtico dolor estas celebraciones. Tan sólo, y mientras duró la magia, guardaba respeto y afecto por los Reyes Magos. Quizás por materialismo. No imagino que ningún niño, ni siquiera ningún adulto (excepto el Dr. House), rechace la ilusión de un regalo, siempre esperado, pero siempre sorprendente. Pero, descubierto el engaño, se acabó mi última vinculación afectiva con esta fiesta. Procuro llevarlo con educación y respeto, al fin y al cabo la gente de mi entorno no tiene por qué compartir esa rareza mía. Mientras los niños fueron pequeños, aún debía disimularlo más, pero ahora ni siquiera tengo esa limitación.


Me gustaría meterme debajo de una manta hasta que pasara todo. Odio las felicitaciones, me descomponen los villancicos, me insulta el derroche...

Ganas de que sea 7 de enero, oiga...