sábado, 6 de enero de 2007

iPod

Los Reyes Magos (besos, besos, besos...) me han traido la maravilla tecnológica con la que sueña cualquier geek: un iPod de 30 Gb, así, a pelo. Primera impresión: increible. Qué lujo de diseño, qué calidad de sonido, qué nitidez en las imágenes. Capacidad extraordinaria, que se maneja sin ningún problema desde menús sencillos y muy intuitivos. Fácil de usar, a los cinco minutos es como si lo tuvieras toda la vida entre las manos.

Dicho lo cuál, hay que ver si tiene pegas. Alguna tendrá hasta la perfección, digo yo. La rueda central, que debe de ser de las partes del cacharrito de las que sus diseñadores estén más orgullosos, por original, cuesta en ser comprendida y adecuadamente dirigida. El proceso de traspaso de archivos, por lo menos lo que he podido investigar en este ratito, exige necesariamente pasar por el programa iTunes, (lo que deja claro que el aspecto comercial ha sido cuidado hasta el extremo), lo que complica su gestión, frente a los tradicionales mp3 que aparecían como un disco extraible, y se gestionaban los archivos a golpe de click de ratón. Y el reproductor de vídeo sólo soporta formatos compatibles con Quick Time, lo que obliga a andar con las conversiones de los formatos. Aunque, en su favor, hay que decir que no tiene ningún problema con la gestión de DRM's. Pero ninguna de esas pegas restan un ápice a la valoración inicial. Es una auténtica virguería. Entiendo que Apple se esté forrando con los distintos cacharritos de la gama, porque están realmente acertadísimos. Ningún engendro de Microsoft, y menos integrando gestión de DRM's va a hacerle la mínima sombra. La empresa de la manzana es insuperable en cuanto ha diseño, lo ha sido siempre, ha conseguido auténticos objetos de culto. La otra ha sido un monstruo del márketing. Con el iPod, Apple le ha devuelto años de afrenta con su propia moneda, más, como siempre, un producto excepcional.

Ahora que tengo el iPod en la mano, lo comprendo un poco mejor.