jueves, 9 de noviembre de 2006

Paris: día 1


El día ha amanecido brumoso, pero conforme han pasado las horas ha despejado, y en algún momento puntual ha molestado hasta el abrigo. Día de reencuentro con la ciudad. Nos hemos dado un paseo enorme, extraordinario, mágico. Desde el hotel, a la Plaza des Vosgues, tan preciosa como siempre, aunque me gusta más con un ambiente más parisino, más lluvioso, gris. El sol no le da la misma perspectiva, aunque no le resta un ápice de belleza. He leido por ahí que está considerada la plaza más bella del mundo. Maria Dolores no comparte esa apreciación, pero a mí me parece perfecta. Sólo ha fallado parcialmente el atrezzo. Insisto, es mucho más bonita, más especial, envuelta en ese ambiente especial de Paris.


Hemos seguido el paseo por la rive gauche, hasta llegar a Notre Dame. Cada vez que la veo me parece más pequeña. La primera vez que la ví me impresionó, me pareció la obra más grande del mundo. Ahora, tres o cuatro veces después, me parece hasta chiquita. Hemos dado un buen paseo por el interior, y he recordado que las vidrieras eran preciosas. Hemos elegido un día perfecto para venir: apenas hay turistas, por lo menos para lo que suele ser esto. Algunos grupos de chinos, que están por todas partes, e italianos, jubilados. De españoles, pocos. Aunque nos ha llamado la atención que en todos los monumentos y museos lo señalizan todo en francés, inglés y castellano. Y, hasta hace cuatro días, no encontrabas nada, pero nada, en español. Se nota quién es el europeo que ahora viaja...



De ahí a uno de los objetivos del viaje: el museo de L'Orsay. Quizás el mejor museo del mundo, y si no lo es, estará muy bien clasificado. Impresionante e imprescindible. El que aprecie el impresionismo no puede perderse su visita. Impresiona la propia construcción, una estación de tren del XIX perfectamente habilitada para la exposición. Algo anárquica la concepción de las plantas, no acabamos de entender esas plantas 3 y 4 qué eran. Diafanidad y espacio. Extraordinaria la colección de Van Gogh, más aún que en su museo de Amsterdam. Aquí no hay cromos, aquí todo son obras de primera magnitud. 14 obras extraordinarias. Monet, Manet, Pissarro, Cezanne, Toulouse Lautrec (algo decepcionante la presencia de este último), Gauguin (lo mismo, insuficiente presencia, sobre todo porque varias de las obras estaban en préstamo en exposiciones temporales), Sisley (magnífica una composición de tres obras de la misma temática de Sisley, Monet y Manet, expuestas juntas como una unidad). En suma: soberbio. Clavada por el bocata y la cerveza en la cafetería del museo, pero qué queremos, el que algo quiere...


Para terminar la jornada, Les Invalides (ya habían cerrado la taquilla, así que nos ahorramos hasta pensar en pagar la entrada), y la Torre Eiffel. Ya anochecía, así que el espectáculo fué magnífico. Iluminada, tiene una magia especial. A las 6 se dispararon unas luces parpadeantes, que impresionaban, pero en las fotos no salen bien. La foto que subo es de auténtica postal. Sigue resultando increible que, con la técnica y los medios del XIX, se pudiera construir una obra semejante. No creo que haya muchas obras de ingeniería como esta, ni siquiera en nuestro tiempo. La verdad es que estábamos ya hechos polvo, después de 8 horas de patear la ciudad, así que nos hemos bajado al metro (que sería extraordinario si no oliera tanto a orines), y nos hemos ido a descansar al hotel. Hemos cenado en un bistro majo, cercano al hotel, Bistro Romain, de estupenda cocina italiana. Precios razonabilísimos (4 cervezas y dos platos cada uno, muy generosos en la ración) por 48 € son precios competitivos con España, o incluso mejor. A última hora hacía bastante frío. Veremos qué tal se presenta el próximo día.

Y a dormir pronto, que mañana tenemos otro buen paseo.